sábado, 31 de diciembre de 2011

¿Está fea la chela?

Navegaban en el mundo dos seres nada principescos: un sujeto, Flaco, –tipo relajado, 1.80m, a veces barbón, a veces no, y con un floro tan bueno que lo hacía el campeón de las noches barranquinas–, y una sujeta, Cata, –locón, adicta a la música indie, afanadaza con los colores pasteles, con voz y cara de cuy, pero con un historial putesco que desconcertaba–. Ambos, perdidos, deambulaban sin encontrar una meta, y solo dejándose llevar por la marea y la música alternativa de fondo.

Un buen día, un hada madrina llamada Joplin se le apareció a Cata y se la llevó a Sargento a tonear. Cata no quería ir, pero tenía un presentimiento –en ese momento no sabía si era malo o bueno– que la impulsó a ponerse su vestido más lindo y su “lazo azul de la suerte” en el pelo. Este lazo le había sido concedido por P, la duendecilla de ojos azules que vivía en el pote de mermelada Florida.

Joplin, muy sabia, tenía preparado para Cata un encuentro inesperado. Ella se le había aparecido a Flaco en una ocasión anterior y lo había sometido a unas cuantas pruebecillas para asegurarse  de que él estaba en “óptimas” condiciones para una flaca como Cata. Joplin, al ver que ambos se encontraban navegando sin destino y sintiendo que ambos necesitaban ir en el mismo barco, tomó la decisión de unirlos con el “sua sua” de su varita mágica.

Era la noche del “encuentro”. Flaco, aún muy indeciso acerca de por qué iba, se puso sus mejores converse y partió hacia el lugar que era como su segunda casa: Sargento.

Los elementos se alinearon ese día para que la atmósfera fuera un asco –poca gente, poca plata, baños sucios, banda barata–. Esto, sin embargo, ocurrió con el fin de acercar a Flaco y Cata. Ambos se sintieron atraídos el uno por el otro. Bailaron, entonces, al compás de la música “cumbiareggae” (aunque sus corazones rockeros sufrían). Tomaron, rajaron y miraron flacas ricas toda la noche.

Llegó el momento de partir y cada uno debía ir a su casa. Al momento de tomar el taxi, Cata y Flaco se dieron con la sorpresa de que vivían muy cerca, así que decidieron irse juntos. Cata estaba muy ebria y no recuerda casi nada de esa noche hasta el día de hoy. Flaco, aun teniéndole ganas, decidió hacer un acto noble ese día y dejarla en su casa. Se dieron un beso en el cachete y adiós. Él sabía que se volverían a ver.


Era jueves. Cata regresaba de su no tan agotadora jornada de trabajo en Larcomar. En el camino, empezó a hacerse a la idea de que ese día vería a Flaco; no sabía con qué excusa, pero ella quería salir y divertirse. Flaco, al parecer, estaba en nada. Probablemente viendo películas, tocándose la verga o jugando videojuegos.

Diez en punto de la noche:

- Oye, ¿qué planes para hoy?
-Nada.
-Estoy aburrida. ¿Hay que salir con Joplin?
-Ya, la voy a llamar. Un toque.
-Ok.

-Dice que hoy no puede.
-Pucha, ¿y ahora?
-¿No quieres venir a mi casa a ver pelas?
-¡Ya! ¿Qué vemos?
-No sé, pero por acá venden películas. Ahí vemos.

Estaba decidido; y como ese día, pasaron otros. Se formó una “amistad” en base de dos personas sentadas en una cama de dos plazas, viendo películas, comiendo canchita, aguantándose las ganas de eructar por tanta gaseosa y con la incomodidad de quererse tocar, mas no hacerlo por una cuestión de “principios amicales”.

Pasaron alrededor de dos meses de este, un tanto cojudo, ritual. Divertido, sí, pero que, al final del día, dejaba insatisfecha la necesidad de querer estar el uno con el otro. Cata empezaba a sentirse menos “linda” y un poquito más su amiga (a la fuerza, pero amiga al fin); Flaco, por otro lado, comenzó a cambiar de actitud. El floro se le fue acabando y, con él, sus “salidas barranquinas” de campeón. El alterego pendejo de Flaco, Flavio, no tuvo más remedio que empacar sus maletas y buscar un nuevo huésped.


Fueron casi tres meses desde que estos dos se habían conocido. Los esfuerzos de Joplin, el hada madrina, parecían infructuosos. P, la duendecilla de ojos azules que vive en el pote de mermelada Florida, sufría al ver que ni con todos los amuletos que le regalaba a Cata, ni con todo el azúcar que le regaba a Flaco, lograba ver a su nueva “pareja favorita” junta. Era más que evidente para todos ese “algo pasa acá”; para todos, menos para ellos. Cata seguía pensando que Flaco solo la veía como amiga; Flaco… digamos que también.

Era un viernes normal del mes de mayo y era tarde. Tarde porque la gente ya había salido hace rato de sus respectivas chambas y tarde porque ya la mayoría se alistaba para salir y pegársela. Tarde, también, porque la vieja de Cata ya estaba jateando. Pero no era tan tarde como para que Flaco estuviese en Facebook conectado, ni mucho menos para invitara a Cata a su casa a ver, como ya era tradición, películas.

“Puta madre –pensó la monga–. La misma huevada de siempre… Ya, pues–.

Aceptó, pero ahora no iba a ser igual que los otros días. Cata, harta de ese jueguito que había permitido llevar por todo ese tiempo, fue decidida a matar (¡Asu!). “Es ahora o nunca”, se dijo a sí misma.

Llegó a casa de Flaco y pusieron para ver El Cisne Negro. Esto, con segundas intenciones de Cata: “Acá hay una escena lesbianaza. Si esto no lo calienta lo suficiente como para por fin atreverse a agarrar conmigo, entonces ¡Confirmado: es cabro!”. Miraron tranquilamente la película y después se pusieron a ver videos de música:

-¿Me puedo recostar?
-Sí, claro, claro.

Siguieron escuchando música. Grupos y grupos, y a esta cojuda se le empezó a acelerar el corazón: “Carajo, ¿y si me lo agarro y me chotea diciendo que solo me ve como amiga? No, mierda; no voy a dejar que eso me pase de nuevo. Esta huevada no es igual”.

Flaco, en otra como siempre, afanadazo con Pearl Jam (al menos en ese momento) le daba clic a todas sus canciones. Llegó el momento de Evenflow.

“Es ahora o nunca”, pensó Cata.

Y sin mayor meditación al resultado, recostó su cabeza en el pecho del huevón, cerró los ojos, levantó intempestivamente su cara con dirección a la de él y SUA.  


Han pasado más de 7 meses y hoy es el último día del año. Me pondré aún más cursi diciéndo que en mi Top 10 de cosas pajas que me pasaron en el 2011, esta el haber conocido a ese sujeto. Me he cagado de risa con él y de él, he llorado como mierda, me he asado, me he puesto celosa (jamás pensé que eso me ocurriría), me he vuelto detallista (esto menos), cariñosa (peor), melosa (¡AJ!), morbosa.

El libro de esta monga se sigue escribiendo, y siento (creo) que en el 2012 él seguirá de co-protagonista.

Ya con los niveles de azúcar bien altos solo me queda decir ¿Alguien podría pasarme la insulina? Feliz año a todas las otras mongas como yo. Dejo un videín para que gocen de corazón, la joven sensación:

 
Pearl Jam - "Evenflow"

jueves, 29 de diciembre de 2011

Chico de mi barrio

Sucedió en invierno del 2009 -vacaciones bimestrales para los chibolos, enclaustre para los que ya dejamos esas épocas escolares- cuando me dirigía hacia mi centro estudiantil -o sea, CEAM-. De repente, por mi cabeza, pasó la brillante idea de ver al cielo. Me asomé por mi ventana y voilà: "¡mis ojos! ¡mis ojos!". Una mano que subía y bajaba: primero lento, después muy rápido, después lento de nuevo; y, que acariciaba un objeto erguido y color rosa pálido.

Explicando mejor el caso:

En esos tiempos, mi cerebro virginal aún no procesaba con exactitud la situación. Quisiera creer que fue mi "inocencia" lo que me hizo pensar que tal vez ese mocoso estaba jugando con su play station nuevo, o con esa cosita hermosa que todos conocemos como Nintendo Wii. No solo eso, sino que por esos años me rehusaba por completo a usar lentes y no veía nada a menos que estuviese a 5 centímetros del objeto.

¿Qué hice, entonces? Me acerqué más a la ventana.

Fue ahí que pude distinguir lo que estaba sucediendo: Mi vecino, de 17 años, el que vive frente a mi edificio y tiene la ventana de su cuarto apuntando directamente hacia la mía, estaba ahí, echado en su cama, pajeándose.

¡Qué bonito, señores, qué bonito! Un pequeño adolescente arrecho jugando con su pequeño "gran" amigo. La vida es bella, de eso no me quedan dudas. Todo lo que pensaba en ese instante era: Pene, pene, pene, pene, pene, pene, pene...

Me traumé. Jamás en toda mi puberta vida había sido testigo de tal acto. Giré la cabeza, me acerqué a mi escritorio, cogí mis cosas y bajé las escaleras prácticamente corriendo. Salí de mi edificio -que queda exactamente frente a su casa-, miré hacia arriba -hacia su ventana- y lo primero que se me pasó por la mente fue gritar: ¡PAJERO!

No lo hice.

Bajé la cabeza, miré de frente y caminé. Creo que no hubiera sido justo para él; después de todo, era su "momentito de placer". Quien diga que nunca se ha pajeado, que tire la primera piedra.

Ya han pasado dos años del "incidente" y aún veo al flaco desde mi ventana (NO PAJEÁNDOSE, aclarando). Está más alto y menos pelucón, pero asumo que igual de arrecho. Por mi lado, no creo que vuelva a asumir que si veo a un broder echado en su cama, con el pantalón abajo y moviéndo su mano de una forma frenética, sea porque está jugando con su Wii. 

No quería terminar este post monse, sin dedicarle a ese pequeñín una canción que me brota del alma. Enjoy:

Tormenta - "Adiós chico de mi barrio"

lunes, 26 de diciembre de 2011

Poema N° 1


Hola, ¿Qué tal?
Adelante, pasa. Quiero oírte
Dígame, Sr., ahora que estamos solos y no hay nadie escuchando
Quiero saber
¿Qué te jode de mí?

¿Te jode que bostece cuando me hablas,
que sonría cuando te callas,
que me caiga de tus muebles o que oculte mi sonrisa metálica?

¿Te jode que mi aliento apeste a cebolla de ala, después de empujarme cinco butifarras?

Dime, te escucho

¿Te joden mis llamadas?
¿Te jode que comente tus estados Facebookeros, tus fotos y tus cartas?
¿Te jode que le diga “tía” a tu vieja?
¿Que no coma ensaladas?

Sr., sin miedo, dígame ¿qué le molesta?
Eso que te hace sudar en las noches cuando te acuerdas.

Ven, te imploro, ahora que estoy de buenos ánimos, que la depresión aún no me ha llegado
¿Qué te jode de mí?

¿Te jode mi pelo? 
¿Mi corte hongo? 
¿Te jode que sea color negro?

¿Te joden mis pies con callos en el dedo meñique, 
mi sonrisa chueca, 
mi sarcasmo de negra?

¿Te jode que te reclame más tiempo,
que huela a queso si no me he bañado,
que me dé sueño acostarme a tu lado?

¿Qué te jode?

¿Que te quiera? 
¿Que sea tan cachera? 
¿O que me la trague entera?

Dime, que me aburro
como de otros ya me he aburrido antes

Dígame, Sr., ahora que estamos solos y nadie puede escucharte
¿Qué chucha te jode?
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