Habíamos estado conversando la noche anterior acerca del
encuentro que tendríamos. Quedamos en que yo iría a su casa a ver películas y
después él me dejaría en el trabajo. Todo estaba fríamente calculado. No era la
primera vez que acordaba en “ver películas” y terminaba en una escena de
agarres y meteduras de mano calentonas –por esos tiempos, en mi vida, era pan
de cada día-.
Llegó la mañana del primero de Octubre y me desperté súper
temprano. Me cagaba de frío, pero quería verme “sexy” para mi nueva “conquista”.
Esperé a que mi vieja se fuera a trabajar y entré a la ducha a bañarme. Me
depilé hasta la oreja y me embadurné de crema; escogí –aún no comprendo por
qué- un calzón digno (o sea, no de dibujitos), me puse pantys y safé a
esperarlo a la esquina.
10 a.m. Llegó en su carro rojo. Era la primera vez que nos
veíamos en persona. Recuerdo que lo que más me llamó la atención fueron sus
ojos verdes con ojeras. Pensaba que, aunque para muchas el sujeto podría
parecer atractivo, a mí me resultaba un tanto común a la vista. Subí al carro y
apenas cerré la puerta él me tocó las piernas.
-Relájate- le dije.
Manejó hasta una tienda de por mi casa y compró algo para
tomar. No tardó mucho en regresar al auto.
-¿Por qué mejor no vamos un rato a tu casa?- Me preguntó.
Sentí miedo, pero creo que logré disimularlo.
-Mi abuela está descansando- le contesté.
-¿Tu abuela?
(fuck, fuck, fuck! Se dio cuenta que le mentí)
-Sí… es que está durmiendo… eh… Hay que ir por ahí a “conversar”.
Se estacionó en una calle cerrada y comenzamos a agarrar. Ya
por esas fechas me importaba poco o nada si agarraba con alguien que me gustara
o no. Era como peinarme. Era mecánico; casi, casi involuntario.
Salió una señora a barrer la entrada de su casa y nos vio.
-Vamos a tu casa.
-Está bien- le contesté con algo de resignación.
10:15 a.m. Cada uno se sentó en un sillón diferente. No
teníamos tema de conversación, obviamente. Me dijo “ven aquí”, así que me senté
en sus piernas y empezamos a besarnos de nuevo. Esta vez la cosa estaba alcanzando niveles desconocidos para mí.
-¿Por qué no vamos a tu cuarto?- Preguntó el sujeto del polo
verde.
-… está bien- contesté un poco agitada.
Me echó sobre el cubrecama morado y comenzó a tocarme.
Agarraba pésimo; lo recuerdo con claridad. A pesar de eso, estaba excitada por
la situación. Metió su mano por debajo de mis pantys y en ese momento fue claro
para mí que estaba arruinada.
-¡No!- Le repetía constantemente, pero él seguía. Yo no lo detenía.
Mi mente estaba dividida entre dejarme llevar por el placer
de por fin tener mi primer encuentro sexual y mis creencias sobre la perfecta “primera
vez”. Definitivamente esta no lo iba a ser.
Lo paré como pude y me fui a la sala. Él vino después a preguntarme
si todo estaba bien. Afirmé con la cabeza. Estaba temblando y le dije que jamás
lo había hecho.
-Solo vamos a agarrar- me dijo en una voz suave. Quería
tranquilizarme, pero no lo logró.
Estúpidamente acepté ir al cuarto de nuevo. La situación
anterior se repitió, pero esta vez él se sacó el pantalón más rápido de lo que
yo hubiese podido decir “parangacutirimicuaro”.
-¡Au!- Grité.
-Solo la puntita, después la saco- Me susurró.
-Ni cagando, pues- Pensé. Y sin embargo, acepté.
Por unos segundos cumplió su promesa. Después se vino con
todo y por más “No” que él escuchara, estaba decidido a continuar.
-¡Au!- gemía yo en una voz baja.
-Solo un ratito. Espera a que me venga y la saco- Me decía.
La situación había pasado de arrecha a creepy en menos de
cinco minutos. Ahí estaba yo, con el calzón abajo y totalmente postrada, en una
cama, sirviéndole a un sujeto que no conocía más de media hora, de muñeca
inflable.
Por fin se vino. Lo empujé y me fui al baño a cambiarme de
calzón. Me peiné un poco, salí del baño después de 10 minutos y le dije: “¿vamos?”
Nuevamente estaba yo en el carro rojo. Solo le hablaba para
darle las indicaciones de cómo llegar a mi trabajo.
10:58 a.m. En el pasaje Los Pinos de Miraflores, una chica
con chompa a rayas se bajó de un vehículo colorado. Le dio un beso en el
cachete al sujeto que ahora despreciaba y que no volvería a ver jamás, y se fue
caminando mientras escuchaba como las llantas arrancaban. Se sentó en la acera en estado de shock. Llegó su fiel amigo
y compañero de trabajo. Al notar su presencia lo saludó.
-Hola, ¿Qué tal?- Le dijo él en su común y alegre tono de
voz.
-Mal.
Mientras le narraba lo sucedido, las lágrimas empezaron a
caer sin ser llamadas. La tristeza se apoderó del recuerdo y el arrepentimiento
me llenó el ser como el sujeto de polo verde no lo supo hacer.
Desperté.